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FUNDAMENTACIÓN

 

Antropología generalizada: debates y perspectivas actuales

 

Para nosotros, investigadores, docentes y estudiantes en formación de grado y posgrado, la lectura de la producción contemporánea en la antropología mundial y argentina revela cuatro síntomas recurrentes: 1) la aceptada tripartición entre antropología social (y/o cultural), antropología arqueológica y antropología biológica (y en menor medida, antropología lingüística); 2) la persistencia de epistemologías empírico-positivistas (en sentido lato) en eterno duelo con epistemologías “idealistas” (hermenéutica, existencialismo, fenomenología, etc.); 3) la búsqueda no menos persistente de compromisos (estructurales, dialécticos, sistémicos) entre ambas actitudes, de la cual el remanido concepto de “agencia” es un ejemplo; 4) la preocupación, explícita o no, acerca del papel y el sentido transformador del conocimiento científico (tal cual se ofrece desde la tradición y la institución) en el ámbito de la sociedad, la historia y la vida humana, en general.
 

Existen, sin embargo, ensayos de renovación en el campo de esta literatura que no dejan de ser marginales respecto del movimiento general. Se trata de una marginalidad respecto de los síntomas que identificamos; una marginalidad que es además paradójica, ya que sus exponentes y entramados institucionales gozan de cierta visibilidad y prestigio; marginalidad, en fin, que deviene liminaridad y como tal, trae aparejada riesgos al statu-quo revelado por los síntomas y, a la vez, promesas de entendimiento y cura de sus tensiones. Es esta liminaridad, y no tanto los contenidos puntuales de las “vanguardias”, la que retomamos para describir la actitud que nos interesa fomentar: la de una “antropología generalizada”. El interés profundo de este proyecto es la construcción experimental entre sus integrantes de una disposición actitudinal “generalizada” (y por tanto liminar) a la que se subordinan los necesarios mapeos de los debates que abordaremos y las imprescindibles asociaciones y usos que estas “novedosas teorías” nos sugieren para llevar adelante nuestros fines. No se procura, entonces, describir una crisis, reivindicar lo nuevo contra lo viejo, simular convenientes y seguros parricidios, defender a unos contra otros y prometer panaceas a las nuevas generaciones. Queremos abrir, o quizá re-abrir en el marco institucional de la investigación y formación en la UNSAM, aquel espacio que la antropología “fantástica” y no la “realmente existente” (filosófica o empírica) siempre ha señalado: el de la disolución del “hombre” occidental en lo concreto humano.

 

Si retomamos los síntomas aludidos notamos enseguida que la separación entre ramas disciplinarias subraya las oposiciones categoriales pasado/presente, lengua/mente, pero sobre todo, la bipartición ontológica -para Occidente- entre naturaleza y cultural. En cuanto a los antropólogos, la divergencia mayor se da entre los que cultivan tópicos sociológicos, culturales y los que trabajan con objetos biológicos tales como procesos evolutivos, epidemiología, demografía genética, etc. (esta misma separación se replica al interior de la arqueología y la lingüística antropológica). Pero la divergencia y la ambivalencia que esta separación acarrea tiene una cierta ventaja que en otros campos de conocimiento no existe (es el caso de la sociología que se construye explícitamente contra la biología). El proceso de sociologización y culturalización de la antropología no nos debe hacer olvidar, pues, de una conexión en los orígenes y en el presente con tópicos, teorías y métodos de las ciencias de la vida (el etnógrafo viene atrás del “viajero naturalista”). ¿Cómo se aborda esta conexión peligrosa desde los antropólogos “sociologizados/culturalizados” que somos? En general, tendemos a negarla o si la reconocemos, ensayamos diversos tipos de servilismo hacia las ciencias naturales. La actitud general es reproducir la creencia que, por ejemplo, no existe ninguna relación entre lo orgánico en el ser humano y su capacidad lingüística o que absolutamente todo lo que le concierne al homo sapiens en tanto humano es de origen cultural o social. Esto se conecta claramente con la otra actitud, la de “envidia del pene” de las ciencias naturales, pues se supone que éstas aportan epistemologías objetivistas, teorías y conceptualizaciones en base a modelos predictivos, metodología experimental, y en fin, una actitud de seriedad y autoconfianza en el proyecto de conocimiento y transformación controlada del mundo. Ante esta situación no queda más que asumir una posición subordinada, tratando de imitar pero reconociendo que nunca llegaremos a ser iguales a ellos debido a -y aquí alguna compensación- la “complejidad” de nuestro objeto. Estas típicas actitudes que las formaciones de grado y posgrado refuerzan encuentran del lado de las ciencias naturales un reflejo no simétrico. En estos ámbitos “la parte social o cultural”, como suele decirse, es un añadido incómodo que hay que enfrentar a la hora de abordar ciertos tópicos “aplicados”, relativos a la “ecología” o de cierta “relevancia social”, por ejemplo, pero que se puede obviar sistemáticamente en la cápsula del laboratorio donde se realiza la investigación “básica” (claro está, la medicina se encuentra al respecto en una posición mediadora pero con un fuerte sesgo biologicista). Para nosotros, antropólogos socioculturales, la bipartición naturaleza/cultura, supone la imposibilidad de realizar ciertas preguntas que vayan más allá de las ensayadas, sea en el sentido del “corte y la regla” (la teoría del pasaje naturaleza-cultura en Lévi-Strauss), en el sentido de la “continuidad” (la conocida posición racialista que liga morfologías y fisiologías con caracteres morales) o en el sentido más típico de pensar “niveles” funcionales de lo humano, asignando soberanías causales a cada uno de ellos. Algo semejante ocurre cuando esta discusión se traslada al plano de la psicología con la que la antropología mantiene relaciones complicadas. Aquí la oposición mente/cuerpo, y en alguna medida, individuo y la sociedad, funcionan replicando el gran corte entre lo cultural y lo natural, lo aprendido y lo innato, lo variable y lo constante, etc.

 

Ahora bien, el supuesto acerca del papel y el sentido de la ciencia que acosa las producciones antropológicas, y que está generalmente enmarcado en el debate acerca de la neutralidad valorativa vs. el compromiso emancipatorio, es abordado por las “novedosas teorías” trayendo un actor que viene a tensar, aún más que las ciencias naturales, el juego de la antropología. Se trata del arte. Si con la biología hay una relación de negación y servilismo, los antropólogos abordan el arte (y también la religión) como objeto, esto es, como cualquier otra “práctica social o cultural”. Se invierte el juego y así el antropólogo descubre en el artista o la obra un “mensaje social”, recurre al arte para “comunicar mejor” sus propios lenguajes abstrusos y, complementariamente, “artistas comprometidos” toman cursos, leen teorías antropológicas o se inspiran en “motivos indígenas” para escapar de los círculos esteticistas y mercantiles del arte. El arte, sobre todo el “primitivo”, siempre ha preocupado a los antropólogos pero se supone que la obra de arte (sea cual fuere su definición contextual) interesa al antropólogo por todo aquello que no interesa al esteta o al crítico (e incluso al propio hacedor), es decir, como un indicador de estatus, de intereses económicos o políticos, de una cosmovisión, etc. El arte, sin embargo, ofrece la posibilidad de pensar la materialidad, la técnica transformadora, la “intención” de las cosas. El acercamiento de la antropología al arte cómo técnica y por fuera del modelo objetivista ayuda a abordar de otro modo la cuestión de la transformación a la que la ciencia apunta a través de modelos abstractos, predictivos y de experimentos controlados, y el humanismo mediante “círculos hermenéuticos”. El arte señala el lugar del cambio improvisativo en diálogo con el mundo, el hacerse del “saber hacer”. Y así pensado se hace posible “liminarizar” el arte contaminando las epistemologías y las instituciones de las ciencias “duras”, “semiduras”…y “blandas”.

 

Otro factor que impone tensión al papel asignado por la tradición a la ciencia (que existe “contra la tradición”) excede el círculo de la epistemología y del arte. Generalmente identificable como “cosmología” u “ontología” remite a la presencia de una “alternativa” e incluso de una “alteridad radical” al proyecto antropológico/occidental. No es éste otro que el lugar de las “culturas” que se rebela ahora a la objetivación comparativista de la antropología y a su correlato ético relativista (es decir, el universalismo tolerante). Sean los “jóvenes turcos” del poscolonialismo o del feminismo evocando una zona de refracción irreductible al logos culturalista o los exponentes de la “antropología simétrica” que equiparan, en los dos sentidos, la ciencia occidental con la creencia mágica, la cuestión de la alteridad o de la alterización se ha vuelto parte de lo pensable y lo decible.

 

Aquellos síntomas que identificamos en la producción antropológica mundial y argentina señalan entonces -como en filigrana- un fenómeno que entendemos, sobre todo, en su potencia de liminaridad. Venimos aludiendo a lo que en términos convencionales se denomina “pos-constructivismo”, es decir, desarrollos y posicionamientos muy amplios que, ora en el plano ontológico ora en el epistemológico y metodológico ora en el ético político, participan en la intención de revisión de la gran tradición y de las pequeñas tradiciones de la antropología. Así, la teoría de la práctica de Pierre Bourdieu y Anthony Giddens, la antropología simbólica de Clifford Geertz, el estructuralismo de Claude Levi-Strauss, el transaccionalismo de Frederick Barth, la economía política de Claude Meillasoux o Maurice Godelier y ciertos estudios culturales que, a su vez, se habían colocado a distancia del historicismo, el evolucionismo, el funcionalismo, el culturalismo y el marxismo clásicos, suelen ser el objeto crítico predilecto de las corrientes “pos-sociales” y “pos-culturales”. Una nota común en esta dispersión es el abordaje del problema de la concretitud y la singularidad. Estirpes sistémicas, fenomenológicas, posestructuralistas, de la performance, pragmatistas, posdialécticas, poscoloniales (ver lista preliminar de textos) coinciden en cierto modo de formular preguntas, que van más allá de los problemas de estructuración (o agencia), de la significación, del comparativismo jerárquico, de los orígenes y las funciones, etc., y buscan subvertir, si se quiere, los axiomas aristotélicos de no contradicción, identidad y tercero excluido con movimientos de pluralización, hibridez y paradoja, respectivamente. Desde estos planteos es posible repensar y evaluar las separaciones intra e interdisciplinarias, los discursos sobre la ciencia y el arte, las epistemologías positivistas y hermenéuticas, las éticas del relativismo, del tecnocratismo y del partisanismo en sus actitudes de prudencia, intervención y compromiso. Pero también la relación entre la tradición antropológica argentina/en Argentina y algunas antropologías metropolitanas y del “Sur global” (como la brasileña). Al respecto consideramos la necesidad de “traicionar la tradición” (de análisis) de la antropología argentina reconociéndola más allá del esquema “antropología mundial y antropología periférica” y de abordajes en términos de historia de las ideas, los discursos y los campos intelectuales, es decir, como una “práctica sociocultural”. Experimentando desde una actitud antropológica “generalizada” se podría revisitar la cuestión de los orígenes de la antropología junto a la “historia de los seres vivos y la Tierra” (como en algún momento lo intentaron Florentino Ameghino o Francisco Pascasio Moreno), el papel de la antropología racial en el control social (puesto de manifiesto por Santiago Peralta, Canals Frau, Imbelloni, etc.), el fetichismo por el “arte primitivo” y “popular” en la etnología y el folklore, la influencia no reconocida de las vanguardias artísticas en la antropología argentina, el papel configurador de “la gente” –¿las ontologías otras que revela la etnografía?- en el discurso académico, las dimensiones utopistas (en las preguntas por el origen del hombre americano y las reflexiones emancipatorias de Rodolfo Kusch, Menéndez, etc.) y la recurrencia de mandatos éticos en torno al “compromiso” y la “relevancia”. En suma, recorrer el debate conceptual del posconstructivismo va de la mano de lecturas experimentales de la tradición que tomamos por nuestra, atendiendo a las hebras dispersas que están por reconocerse.

 

El estudio de los debates “posconstructivistas” desde una antropología generalizada se centra en algunos tópicos con los que se relacionan las investigaciones particulares de cada uno de los integrantes. Estos son: NATURALEZA/ CULTURA/ SOCIEDAD, ARTE/ CIENCIA/ POLITICA, ANIMAL/ HOMBRE/ DIVINIDAD, DOMINACION/ COMUNIDAD/ GRACIA, CAMPO/ CIUDAD/ SELVA, PASADO/ FUTURO/ INSTANTE, LIBERACION/ IGUALACION/ CONFRATERNIZACION, ARGENTINA/ LATINOAMERICA/ MUNDO. Con algunos o varios de estos cruces se relacionan nuestras indagaciones sobre habitación y conflictos de tierra en pueblos indígenas, concepciones de sobrenaturaleza en campesinos, ambientalismo y discurso experto, sufrimiento ambiental y pobreza, danza, folklore y nacionalismo, alfarería, tejeduría y experiencia, moda, fetichismo y dominación, imagen fílmica y memoria, nuevas tecnologías y subjetividad, industria cultural y música indie, etc.

 

El director y el co-director del proyecto tienen una trayectoria en el campo de los estudios de la teoría y tradición de la antropología mundial y argentina, con investigaciones y artículos sobre la materia (ver CVs). Particularmente pertinente es el hecho de que ambos son los profesores adjuntos de los dos cursos de Teoría Antropológica en la Licenciatura y, en el caso del director, del curso homólogo en el Doctorado en Antropología del IDAES. De esta manera, los resultados esperados del proyecto son directamente aplicables a aspectos pedagógicos y didácticos. Parte de los integrantes son dirigidos, sea en el grado o en el posgrado, por el director y el codirector. En conjunto, se trata de un grupo en formación con una alta proporción de estudiantes de posgrado.

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